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El síndrome matutino de los niños caracol

El síndrome matutino de los niños caracol

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No he conocido niño que se apure a salir de casa (excepto cuando hay que ir a pasear) pero si es para ir a la escuela, ese dulce pequeño se convierte en la persona más leeeeeenta del mundo, tal cual como un caracolito que con muuuucha pereza va arrastrándose. Me jactaba de que el día que mis críos entraran a la escuela, se apurarían y saldríamos con tiempo de sobra hasta para llegar a barrer el salón. Oh, desilusión.

La realidad es bien distinta y sieeeeeeeempre es lo mismo todas las mañanas: no hay día que Goretti no se levante con toda la flojera del mundo y le pida permiso a un pie para poder mover el otro. Comprendo que no se quiera levantar y quiera su mullida camita (¡quién no!) pero después de dormir ONCE horas creo que no le pido un imposible con decirle que se apure.

La cantaleta se repite día tras día:

-“Goretti, ándale, quítate la pijama, ponte el uniforme, ve por las bolitas y tu moño, tómate la leche, cómete tus galletas, tiende tu cama, lávate los dientes, ponte los zapatoooooos, ya vente a peinaaaar…”

Si yo no le digo específicamente lo que tiene que hacer, ella como que se queda pensando en la inmortalidad del cangrejo y fijando la vista en una chancla. Ayer realmente fue el colmo: dobló su pijama con tal cuidado y simetría que yo me acabé de bañar y vestir, y ella seguía doblándola. Obvio me desesperé y terminé por recoger y acomodar lo que faltaba yo misma. Se tomó a sorbitos su leche y se lavó los dientes con tal lentitud que yo vestí a Daniel, lo peiné, le lavé los dientes, le puse crema y le acomodé la mochila, mientras la otra seguía peleándose con la maraña de cabello revuelto y buscaba (con parsimonia) un cepillo. En ese momento la peiné de volada y salimos disparados, cosa que detesto.  

Me choca sobremanera ir corre y corre para que llegue a la escuela a tiempo, siempre calculo muy bien mis tiempos por si pasa cualquier cosa: se descompone un semáforo, va un coche tortuga delante de nosotros o simplemente porque no hay necesidad de ir con los pulmones desgastados por la falta de aire. En esta nueva escuela, la puerta se cierra 8 en punto, ni un minuto más ni uno menos y no hay poder humano que convenza a nadie para dejar entrar a los chiquillos que llegaron a rasguñar el zaguán.

Solución efectiva

Le platiqué mi frustración a Alma, mi hermana, y ella me dijo sabiamente: “Déeeeejala, a la próxima no le digas nada, tú haz lo que tengas que hacer y a la hora de salir, simplemente es ‘vámonos’ y punto”. Sonó cruel pero efectivo, jajaja. Incluso mi señora madre complementó la idea con un “así le falte un zapato o algo del uniforme, ni modo, que así se vaya, a ver si la dejan entrar”. Decidí poner en práctica lo dicho por mis queridas mujeres justo hoy por la mañana. Les cuento.

Me levanté poco antes de las 6 AM e hice lo que me toca: prender el bóiler, lavar los trastes, poner la comida, acomodar las loncheras y sacar los uniformes, porque antes de meterme a bañar y vestirme, levanté a Gore. El reloj marcaba las 6:32. Fui por ella a su cama y le dije: “Vas, ahí está ya listo tu uniforme, vístete en lo que me baño”. Así, ni siquiera la ayudé. Ella se sacó de onda y sólo me dijo que le abrochara la blusa (los botones van por detrás). Me bañé, salí y ella seguía luchando con una calceta y no traía ni el jumper puesto. Consciente de que saldríamos corriendo OTRA VEZ la terminé de vestir. No mencioné nada de lo que tenía que hacer y nuevamente se quedó mirando el infinito atrapado en una de sus pantuflas de unicornio.

Hice de tripas corazón y seguí en lo mío. Ella veía a la nada cuando se despabiló por DOS SEGUNDOS y echó a andar en pos de sus zapatos. Desperté a Dany, lo vestí, lo peiné y le lavé los dientes. Gore seguía sin inmutarse hasta que se acordó y fue a tender la cama. Acabé de arreglar mis cosas, desconecté el celular y vi de reojo que estaba medio cepillándose el cabello, pero ni sus luces con ir por las bolitas o el moño.

Eran las 7:20 y dije la consabida frase: “Vámonos”. Ahí Gore sintió que el mundo se le venía encima:

- “¿NO ME VAS A PEINAR?”, me dice casi al borde del llanto.

- “¿Tienes las cosas listas?”, dije sin alteración.

- “No, voy a buscar el moño y las bolitas”, mientras hace el intento de ir a su cuarto.

- “Imposible, ya es tarde, ni modo. Si quieres tráete una diadema y te la pones”, le dije mientras me dirigía a la puerta.

- “¡No, mamá, no mamá, NO MAMÁAAAAAA! ¿Cómo me voy a ir greñuda a la escuela?”, dice con la voz trémula y en mood chantaje.

- “Pues ni modo, le dices al maestro que no te dio tiempo”, respondí mientras abría la puerta y tomaba las llaves del carro.

Gore fue por la primera diadema que encontró, medio se cepilló de nuevo y córrele a la puerta. Allá iba ella con el pelo todo esponjado y el fleco cayendo a través de los lentes. Llegando al carro, ¡no prendió! (OOOSSHHHH). Córrele para afuera y al taxi. Una vez ahí me compadecí de ella y le puse dos pasadores en el fleco. Vi sus lentes todos mugrosos y se los limpié. Gore atinadamente me dijo: “Mami, ya me voy a apurar, no me gusta ir así de greñuda”. Funcionó.

Justo hoy pasó lo que temía y mi colchón de 10 minutos no me sirvió del todo: por un desperfecto en el carro se nos hizo tarde, le volé el taxi a una señora que estaba esperando afuera, Gore sin peinarse y el doncito taxista platicando y manejando híper lento. Llegamos 2 minutos después de las 8 a la escuela. La puerta cerrada. Como 8-10 niños también afuera. Sólo Gore entró. ¿Cómo le hice? Esa es otra historia…

 

 

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En Facebook: @fhdzperez

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Aclaracion:

El contenido mostrado es responsabilidad del autor y refleja su punto de vista, mas no la ideología de Melodijolola.com

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