A veces es frustrante ser mamá… y es normal

Por: Faby Hdz-Perez

Deseé con fervor que ya no fueran niños, que ya no hicieran travesuras y ya no estar arreándolos, deseé que Goretti fuera una persona adulta y llevara a cabo sus tareas sin yo decirle, deseé que Dany fuera un jovencito que, en vez de hacer travesuras, me ayudara en quehaceres de la casa...

Deseé todo eso al tiempo que me arrepentí. Les cuento. Hoy por la mañana me levanté más temprano de lo usual porque tenía que llevar a mis hijos antes a la escuela. Desde que levanté a Gore todo fue a peor: la llevé a mi recámara, le ayudé a quitarse la pijama, le dejé el uniforme en la cama y me metí a bañar rapidísimo, me tardé mis 13 minutos reglamentarios y cuando salí la niña seguía en la cama sólo con la blusa a medio poner. En 13 minutos sólo pudo ponerse la blusa (no abrochársela porque los botones están por detrás) y de ahí en fuera nada más. “¿Todavía no te acabas de vestir?”, le dije exaltada. “Es que no me abrochaste la blusa”, me dice con tonito triste. “¿Y qué no te puedes poner mientras las calcetas, los zapatos, desenredarte el cabello, buscar las bolitas y el moño, o lavarte los dientes?”, le dije ya alterada.

Se me quedó viendo por un instante y procedió a ponerse las calcetas. Le abroché la blusa y me cambié rapidísimo. Fui por Dany y no se quería levantar. Casi casi lo obligué a despertar y se negó a que lo cambiara. Le puse el uniforme casi a la fuerza y luchando porque el señorito me dejara ponerle los zapatos. Lo peiné de volada y lo mandé a lavarse los dientes. A estas alturas, Gore ya había ido a tender su cama, guardar las pijamas y a buscar las bolitas para peinarla. Le desenredé el cabello y la peiné en menos de dos minutos. Una vez que estuvieron listos los despaché a su recámara para yo terminar de arreglarme. Me sequé el cabello, me peiné y terminé de acomodar mi bolsa.

Dejé al final ponerme la blusa (una roja de tela delgadita SÚPER DELICADA que, incluso si le cae agua, parece que es grasa) para que no se me manchara. Justo estaba por agarrar mis cosas cuando entra Dany y me enseña que ya se había terminado su botecito de leche. En eso apunta el popote hacía mí y hace la finta de querer tirarme la leche. No sucede. Le digo “Noooooo, no me vayas a ensuciar”, y en eso vi en sus ojos el desafío, el romper las reglas, la desobediencia personificada y lo hace: apunta de nuevo, apachurra el bote y me tira la leche en la blusa. Estallé en cólera. Comencé a gritar que por qué no me hacía caso, que siempre era lo mismo, que no me obedecían, que por qué eran así… todo a punto del llanto.

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Foto: iStock

Reflexión en la carretera

me pregunté una vez más porqué las mamás somos las que tenemos que lidiar con esto, es decir, desde que el chiquillo es berrinchudo y voluntarioso, hasta recibir groserías o que sean desafiantes. Mis hijos son un amor en muchos aspectos, pero si yo digo “blanco”, ellos “negro”: han de ganar, así de sencillo.

Ahí me cayó el veinte: son niños y un día dejarán de serlo. Un día ya mi hijo no querrá que le dé besito de esquimal, no querrá dormir conmigo, no querrá siquiera que diga que soy su madre y un día se irá de la casa a vivir su propia vida. Gore un día no querrá que sepa dónde está, me dirá la consabida frase “¡déjame en paz, es mi vida!”, estará todo el día con sus amigas y no necesitará que le procure comida o que la entretenga con una serie de Netflix. Simplemente eso ya no pasará.

No quiero que crezcan. Quiero que sean mis bebés de 7 y 4 años. Sólo quiero eso…

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