Un viaje en metro

Por: Cynthia Robleswelch La mamá de Rocco

Después de un paseo por Metro voluntario y con la única finalidad de entender en qué parte del mundo estoy parada, me siento feliz de tener la capacidad de observar, valorar y querer crecer. No logro discernir la cantidad de información que mis ojos y mi alma pudieron ver. El nivel de violencia que nos toca vivir en nuestro México me trastoca y me ayuda a replantear.

Un motivo laboral me llevó a la Ciudad de México, y soy aficionada a los viajes en Metro, vivir, respirar, sentir y dejarme llevar, para poder valorar mi presente y lo que soy, una persona afortunada.

 


Una pareja de adolescentes están en mi camino, ella suplica algo con lágrimas en los ojos y un dejo de desesperación ‘yo sólo pasaba por ahí, pero me contagié de tristeza profunda de inmediato, el cuadro era muy cruel, ella embarazada, asumo por su vientre abultado, algo le intentaba decir al chico que miraba hacia otro lado, su actitud era de desprecio, y yo sólo pude pensar en el pequeño ser que está creciendo y sintiendo.

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Una chica canta a lo lejos, lleva en su cuerpo una bocina y un micrófono, “mátenme porque me muero, mátenme porque no puedo”… Caifanes salía de su voz, a su lado de un par de años una pequeña aferrada a la falda de quien parece ser su madre, mientras tanto ella la acompaña, es sólo un momento de tantos que este par de mujeres viven en un vagón intentándose ganar la vida dignamente, una canta, la otra la acompaña y juntas caminan esta vida, lo único que tienen es a ellas mismas.

Me toca transbordar, me encuentro a una vieja linda, con un bastón y toda la actitud, ella camina directo hacia las escaleras, yo la veo de espaldas, se nota que le gusta vivir la vida porque cada paso que da se siente vigoroso, aunque el tiempo le haya dejado huellas, ese bastón la ayuda a sentirse segura, intenta subir la escalera pero un tumulto de chicos revoltosos provoca que ella se tambalee, y al final, ella cae, nadie se inmuta, y parece estar acostumbrada, intenta tocar con sus manos el piso para entender en dónde está, y yo me acerco y le tiendo mi mano, ella no la recibe, le hablo y mi voz hace que ella me busque, no me ve pero me siente, la ayudo y me agradece.

En el último trayecto el vagón está casi vacío, sólo estamos dos parejas una niña y yo, la niña de no máximo cuatro años se sostiene de las piernas de su madre mientras ella cabecea, está casi ausente, el cansancio parece tenerla en un estado de estoy aquí, pero no estoy, mientras la niña juega a regañar a su amigo imaginario, “ya te dije si no lo haces te quedarás todo el día en la esquina”, firmemente le dice señalando con su dedito a lo lejos, me quedo pasmada por el cuadro y le doy un trago a mi bote de agua.

Estoy saliendo de la estación, sin rumbo pero con muchas experiencias breves que me mueven, suena el teléfono y contesto apresurada, un poco revolcada de tanta emoción, “¿MAMI?”, ¿Rocco? “Te quiero mami, te extraño”, vuelvo a mi realidad y entiendo que mi responsabilidad es mucha, ‘‘te quiero, Rocco’’.

 

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