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Mi hijo no es tremendo, ¡lo que le sigue!

Mi hijo no es tremendo, ¡lo que le sigue!

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Dany va tranquilamente sentado en su sillita del coche. Lo voy viendo por el espejo retrovisor. Su mirada está fija en la ventanilla y cuando algo le llama la atención se hace hacia adelante y saca los brazos de las correas. “Daniel, siéntate bien y ponte las cintas, por favor”. Lo hace y por 5 minutos permanece así. Vuelvo a voltear y ya tiene la nariz pegada en el vidrio (se ha quitado las correas) y está investigando cómo abrir la puerta (¡benditos seguros para niños!). “Que te sientes bieeeeeen”, le digo con desespero. Me hace caso y a los 3 minutos otra vez sin correas ¬¬’.

Llegamos a donde será la nueva escuela de Gore y desde que lo bajo comienza la historia de todos los días: se mete a la arena que alguien tuvo a bien dejar en la banqueta y las chanclas las llena de polvo en una sola patada. Se pone terco porque me estacioné frente a una paletería “quiero henadoooooooo”, “no, ahorita que salgamos, vamos a inscribir a tu hermana”. No entiende razón. Se deja caer en la banqueta y una chancla le sale volando, el short se le llena de tierra y casi pone la mano donde había popó de perro. Contengo la respiración y le echo la típica sonrisita de mamá de “ahorita vas a ver, canijo escuincle”, pero él ni me peló. Lo levanto y opto por cargarlo para atravesar la avenida.

Entramos a la escuela y apenas lo dejo en el piso sale corriendo hacia el patio donde la muchachada está ensayando el vals de la salida de sexto. Corro por él antes de que interrumpa la “elaborada” coreografía de “Me niego a perderte” de Ozuna (¿dónde quedó el bonito vals de “Balada para Adelina” de Richard Clayderman de mis tiempos, me pregunto yo?) y comienza a rebelarse. Lo siento a mi lado mientras esperamos a que nos reciban y se baja de la banca, avienta una pelotita que se encontró ahí, va a ver el periódico mural, platica como perico y saluda a todas las maestras que se encuentra. Una de ellas le dice: “Hola, guapo, ¿me regalas tus pestañas?”, a él le sale lo ranchero y se esconde tras de mí. La maestra le agarra la carita y él le dice: “Mefameeee*, no está guapo, no mi quites mi pestañias”.  La maestra se ríe y se va, mientras yo muero de la vergüenza.

*En su lenguaje es “déjame”.

Pies de bebé

“La historia de tooooodos los días”

Entramos con la subdirectora y en dos minutos, Dany ya estaba debajo del escritorio tratando de alcanzar un balón. Toca la pierna de la profesora, quien da un pequeño salto y me echa ojos de “saque a su chamaco de ahí”. Lo arrastro y lo levanto. Otra vez se quiere agachar por el mentado balón. Lo cargo y nada, se deja caer con toda la fuerza de sus 14 kilos. La subdirectora nos despacha rapidísimo y, en secreto, da gracias al cielo porque me vaya con mi pequeño demonio. Otra maestra que vio todo en primera fila me dice: “ay su niño, ya lo tendremos aquí en dos años”, y yo: “no, en otros tres, porque apenas cumplió tres años”. Acto seguido añade: “pensé que tenía ya cuatro años es que se ve que es bien travieso, ¿verdad?”, frase universalmente utilizada para no decir que un chiquillo nos tiene hasta el copete. Asiento y salgo a toda velocidad.

Llegamos de nuevo al coche y no se quiere sentar en su silla. Negocia nuevamente el tema del helado. Me niego. Se quita las chanclas en protesta y me pone su pie sudado en la nariz. Se ríe con todas las ganas y me pide un beso. Así me compra: con muchos besos (somos igual de encimosos), pero jamás negocio que se vaya sin el cinturón de seguridad puesto. Llegamos a casa de mi madre y es como si arrasara un torbellino: da cuenta de las plantas del patio, les arranca pedacitos, les echa agua a los vidrios (primorosamente limpiados UN DÍA ANTES), echa el jabón de pasta a una tina llena de agua sucia, avienta una de las cobijas de Ximena (mi sobrina) a esa misma agua, se pone una bandeja en la cabeza, se toma el agua sucia (la misma de la tina con jabón y cobija) y corre sin chanclas por el patio o en la sala. No para, no se detiene. Y así es tooooodos los días: mi madre cuida a sus tres nietos por las tardes un promedio de tres horas, pero con esas le basta y le sobra. Ambas coincidimos que el despapayoso es Dany. No hay más.

En este punto, le cuento a mi madre que cuando nos confirmaron que sería mamá de un niño sentí pánico. Primero porque en casa éramos puras mujeres: mi madre, mi hermana, Gore y yo (sin contar a su padre, obvio, jajaja), así que no me imaginaba cómo sería criar a un pequeño duende. De entrada, pensé en todas esas cosas nimias como que el corral era rosa, la carriola morada y todas las cobijas de muñequitas, ositos con moñitos y de color rosa. Ya tenía la experiencia de mi primera hija y, aunque Gore salió muy inquieta, la verdad es nunca imaginé que Dany sería todo al cuadrado. Se escuchará machista pero no es lo mismo criar a un niño que a una niña. La ventaja es que él me conoció como mamá sin miedos y ya medio me la sabía.

La experiencia me dice que, amén del carácter, por naturaleza ellos son más aventados (habrá excepciones en que las niñas sean todo un des… relajo), pero un varón es así: le valen los raspones, se comen todo aunque se caiga al piso, juegan muy tosco y son bastante rudos. Además, al ser niño de guardería, tiene una energía desbordada y es súper independiente. Admito que, a pesar de que me desespera y me canso más yo que él, cada que lo veo bien tranquilito dormido en su cuna junto a su hermana (a quien también hace de vuelta y media, la pobre), doy gracias a Dios de que todas esas travesuras y actos de rebeldía son signo de algo inequívoco: está sano (¡demasiado!) y eso no lo pago con nada.

 

#HistoriasDeUnaMamáReal

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Aclaracion:

El contenido mostrado es responsabilidad del autor y refleja su punto de vista, mas no la ideología de Melodijolola.com

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