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“¡Auxilio! ¿Qué le pasa a mi hijo?”

“¡Auxilio! ¿Qué le pasa a mi hijo?” Foto: iStock

“¡Auxilio! ¿Qué le pasa a mi hijo?” Foto: iStock

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Estábamos en la iglesia mis dos hermosos hijitos y yo. Llegamos 10 minutos antes, así que nos sentamos casi hasta adelante. Ahí nos tienen muy bien portaditos listos para escuchar misa. Gore se sienta al lado de un señor mayor, mientras Dany y yo permanecemos cerca del pasillo. Dany comienza a jugar con un pequeño dinosaurio y empieza a hacer ruidos. Le quito el dinosaurio y lo echo a mi bolsa. Gravísimo error. Mi hijo comienza a patalear, a llorar y a gritar que quería el dichoso dinosaurio. Comienza una batalla que era ya cada vez más recurrente.

Lo siento en mis piernas y comienza a retorcerse cual gusano en comal y empieza con un chillido agudo que empieza a aturdir. Me le acerco y al oído le digo que se calme o le tiraré a la basura su dinosaurio. ¡Eso fue peor! Comenzó a llorar y a gritar sin control, y a patalear aún más fuerte. Me levanto para sacarlo ante la mirada acusadora de los demás feligreses cuando mi hermoso angelito se deja caer de rodillas en el pasillo mientras grita a todo pulmón: “¡¡¡NO QUIEROOOOOO, DÉJAMEEEEEEE!!!”

Se me hicieron eternos los 4 o 5 metros que nos separaban de la puerta de entrada, yo luchando con un pequeño monstruo de 16 kilos que se empeñaba en seguir pateando, manoteando y gritando como desaforado. Como pude lo saqué a la puerta y ahí lo tomé por los hombros para hacerlo entrar en razón. Vano esfuerzo. Siguió llorando con más fuerza, las lágrimas caían a borbotones por sus mejillas y no podía controlarse. Le dije que no le daría el dinosaurio porque no debería estar jugando. Fue peor: lloró tan fuerte que una buena samaritana se acercó a tratar de calmarlo. Mi hijo se transformó en algo inaudito: en un niño tan grosero que pateaba, lloraba, golpeaba la pared y escupía a quien se acercaba. Sí, a ese grado.

Traté de calmarlo amenazándolo con que tampoco le compraría churros a la salida de misa, ¡¡¡otra vez el horror!!! Le dije que ya se estuviera quieto y lo llevé de nuevo para adentro. Gore seguía sentadita muy obediente en donde la había dejado, mientras el otro lloraba como si le hubieran arrancado un brazo. Apenas nos sentamos de nuevo y comenzó otra vez a pedir a gritos su dinosaurio, se aventaba para atrás como poseído por el mismísimo demonio (algo irónico, ¿no?) y no entendía razón alguna.

 

Lidiando con el problema

Para este punto decidí salirme de nuevo con mi chiquillo poseso cuando se dejó caer otra vez en el pasillo, estuve a punto de caer encima de él cuando volteé a ver a mis compañeritos de banca. Cabe mencionar que la misa de esa hora (10 AM) es para puro adulto mayor, así que entre señoras de setentipico años encontré los ojos acusadores. Una de ellas me miró con tal furia que sentí feo, otra musitó el consabido “shhhhh” (aun cuando la misa ni siquiera había comenzado) y otra más se atrevió a decir: “¡Ay, ya que lo callen!” Ahí, en esos 23 segundos que tardé en recorrer el pasillo hasta la salida con el chamaco todo loco y dejándose caer mientras vociferaba, me puse a pensar: “¿Acaso alguno de ellos no fue niño o tuvieron hijos que hicieron EXACTAMENTE LO MISMO?”

Uno como mamá empieza a sentir frustración cuando los chamacos no lo pelan o hacen su berrinche marca diablo. Me lo llevé de nuevo a la salida y emprendí rumbo al coche estacionado enfrente. Un señor me vio luchar contra Dany y me dijo: “Aquí déjemelo, me lo llevo a mi casa”, el otro se pudo a llorar máaaaas fuerte y se abrazaba a mi pierna. Pasamos por enfrente del puesto de churros y ahora a fuerza quería unos. Lo arrastré como pude, lo cargué y lo metí al coche.

Ahí en el asiento delantero me di cuenta que simple y sencillamente Daniel estaba histérico. No respondía, no hacía caso y los ojos estaban tan hinchados de tanto llorar que le empezaron a salir manchas rojas en la cara. Decirle “cálmate” fue peor que invocar espíritus malignos. Traté afanosamente de controlarlo hasta que un par de nalgadas hicieron maravillas. Sólo así reaccionó. En ese momento como que se dio cuenta que estaba mal porque de inmediato se controló. Una vez calmado, (ahora yo en la histeria) le dije: “¡¡¡Ya estuvo suave!!! ¿¿¿TE CAAAALMAAAAS???”

Creo que él vio en mí al mismo demonio que lo había poseído porque comenzó a calmarse y a decir que quería churros y su dinosaurio. Le dije: “Los tendrás si te comportas, ¿qué te pasa?” No contestaba, pero noté la frustración en su rostro. Algo sucedía. Si bien es cierto que él está más consentido que Gore, no era para que actuara de esa manera. ¡Sólo hasta ese punto me acordé que Gore seguía en la iglesia! Bajé al otro todavía en sollozo (pero moderado), lo cargué y me fui corriendo para adentro. Ya había comenzado la ceremonia. Mi hija seguía ahí sentadita leyendo la hojita dominical y guardiana de mi bolsa de mano. Con ella todo bien.

Como por arte de magia Dany se calmó y estuvo muy quietecito el resto del tiempo. Al finalizar, la misma buena samaritana de la entrada me dijo: “¿Ya se calmó?” Mientras las demás señoras me seguían viendo con ojos asesinos. Salimos, le di el dinosaurio y le compré sus churros. Hasta ahí todo bien. Días después hizo el mismo berrinche y hasta de mayor magnitud con mi señora madre, tanto que le gritó, la pateó y le respondía grosero. Con la vasta sabiduría que dan los años, mi mamá me dijo: “Ese niño tiene ansiedad: le quitaste tan de golpe el biberón que por eso está así. Es como cuando un fumador deja el cigarro: va a buscar algo con lo que calmar la ansiedad y tu hijo no sabe cómo sacarlo, por eso grita y llora. Se frustra.”. Y sí: de un tiempo a la fecha se ponía a husmear en la cocina o comía pan sin parar. Lo hacía para calmar sus ansias del biberón.

Sé que está muy grande para seguir tomando y que lo consentimos todos en demasía, pero fue verdaderamente cruel quitarle lo que le daba paz de manera tan súbita, así que hablamos con él e hicimos un trato: le daríamos biberón UNA vez al día, él podía escoger si en la mañana o al dormir, pero a cambio no queríamos ni un sólo berrinche y que se portara bien. Hemos tenido avances significativos en casa de la abuela, no así en la guardería, pero ya la llevamos de gane. Creo que aún me falta mucho callo como mamá, ¿cómo no me di cuenta que tenía ansiedad? Su comportamiento es el típico de las personas que lo padecemos… sí, soy un fiasco: yo sufriendo lo mismo y no darme cuenta, ¡qué ironía! Espero que pronto se calme, ya les contaré…

 

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Aclaracion:

El contenido mostrado es responsabilidad del autor y refleja su punto de vista, mas no la ideología de Melodijolola.com

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