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Contemplar a un niño durmiendo: el divino espectáculo de la inocencia

Contemplar a un niño durmiendo

Contemplar a un niño durmiendo Foto: Pixabay

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Contemplar a un niño durmiendo es maravilloso, divino, enternecedor. Es una sensación infinita de amor, es tener ante ti un cristal puro, una obra de arte. 

Bebé

A mí me pasa con mi hija, puedo quedarme horas observándola. Una vez mi mamá me dijo: "¿Quieres ver a Dios? Ve a tu hija sonriendo y durmiendo". Ahora lo comprendo todo. 

Contemplar a un niño durmiendo: el divino espectáculo de la inocencia

Es por eso que cuando leí la descripción que hace la bloggera Catherine L'Ecuyer, Doctora en educacion y en psicología, de inmediato pensé en mostrarte extractos porque me pareció que su relato es muy preciso. Te lo comparto: 

“Qué maravilla la de contemplar un niño durmiendo”

Sacado del blog de Catherine L'Ecuyer

“Por qué será que cuando los vemos así, quisiéramos despertarlos, para achucharles y decirles que les queremos todas las veces que no lo hemos hecho?

 “¡Qué sensación maravillosamente extraña la de querer dormir impacientemente al que está despierto para luego sentir el deseo irresistible de despertarle cuando está apaciguadamente durmiendo!

“Quisiéramos pedir perdón por las formas injustas que han empañado el cristal puro y trasparente de su inocencia. Por haber perdido los nervios, por nuestras miradas duras, por haber desperdiciado momentos con él, por haber deseado que, por fin, se duerma. Así es la dulce culpabilidad que habita permanentemente en el corazón de una madre, de un padre que ama. 

“Es un espectáculo, una verdadera orquesta silenciosa, más hermoso que una puesta de sol o que una lluvia de estrellas. El movimiento de los párpados, la respiración entrecortada por repentinas inspiraciones ondas, las manitas cerradas o abiertas.

"Es la despreocupación y la vulnerabilidad infinita del que tiene frío y no sabe taparse, del que acaba en el suelo sin ni quisiera despertarse. Su naturaleza le susurra misteriosamente que está a salvo, en las pupilas de su madre, de su padre. Perdido en sus sueños, parece que haya conseguido superar las fuerzas de la gravedad volando en el mundo de los dulces sueños. Parece que esté en los brazos de algún ángel. Nos rendimos ante esa divina obra de arte.

“Al amanecer, cuando al mismísimo instante de abrir esos ojitos, se dibuja una sonrisa asombrada al vernos, nos derretimos. ¿Quién soy yo para despertar tanto agradecimiento y tanto amor en una criatura tan pequeña? Es asombro que engendra asombro. Es el amor el más puro y tierno que habla: “me da igual tus miradas duras y tus deseos de verme dormir cuanto antes, yo te necesito y te quiero siempre”. Es la vulnerabilidad en estado puro que redime cualquier rastro de culpabilidad en nuestro corazón. Si esa inocencia no me ayuda a ser mejor y a sacar lo mejor de mí misma, nada jamás podrá conseguirlo.

Bebé durmiendo

“Ese dulce momento es efímero… el despertar es radical. Se va marchitando el disfraz de angelito, se levanta y se pone en marcha la criatura sin piedad. Se desvanece el asombro, la culpabilidad y la obra de arte… así como la esperanza de dormir un poco más. Recuperando fuerzas para morder más fuerte… qué pillo, pensamos. Y en el día de hoy nos dejamos morder con un poco más de piedad y de amor, porque hemos entendido que la infancia también es una noche muy corta, de la que nos despertaremos un día con nostalgia por ese divino espectáculo de la inocencia”.

Me encantó.

Te invito a visitar el blog de Catherine L'Ecuyer, educadora de profesión. Realmente es muy interesante.

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Fotos: Pixabay

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