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Mamá obsesiva: La rutina de mis pequeños soldaditos

Pequeño Soldado

Pequeño Soldado Foto: iStock

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Cuando suelo llegar a casa de mi adorada mamá los lunes después del trabajo, me encuentro con este pintoresco cuadro: la sala regada de juguetes, un vaso aquí, un plato por allá, ella cargando a mi sobrinita de 6 meses que se le ocurre estar pinta de tanto llorar porque la señorita no puede dormir si no es a fuerza de silencio o a ritmo de Twinkle, twinkle, little star (que sólo tiene mi hermana en su celular), mi hija acostadota patas arriba en el sillón (¿y la tarea? Bien, gracias) y mi hijo jugando en la pileta del lavadero con un pedacito de tela que para él es una mantarraya, todo mojado de los brazos y valiéndole un sorbete que el moco traicionero comience a escurrir por su pequeña naricilla.

 

Ante eso, mi madre ha optado por dejar quemar sus naves: después de infructuosos intentos por hacer valer su autoridad y firmeza, que en mis tiempos al son de: “¿Está hablando el burro o qué?”, sabía que era regañiza segura y era mejor obedecer, ha claudicado ante la rebeldía de sus nietos mayores (de pasada: tienen un carácter del demonio, ya les contaré después) y ha iniciado una secreta batalla que espera le dé resultados: los ha dejado hacer y deshacer a sus anchas porque sabe que a las 6:30 PM dirá la frase lapidaria: “ya llegó su mamá”. Cuatro palabras que encierran un poder mayor que el consabido “¡yaaaa esténse quieeeetoooos!”

 

Rutina "Hitleriana"

 

Sí, mi señora madre ha descubierto que con sólo decir eso mis adorados críos se van a cuadrar de inmediato. ¿Acaso les doy miedo? Sólo diré que mi hermana dice que soy mamá Hitler y algo tendrá de razón. Pero no crean que es por otra cosa. Tiene que ver con que conmigo llevan una disciplina y rutina tan estrictamente diseñada que me cuesta mucho trabajo salir de ella, pero creo que la continuidad es lo que hará que ellos solitos lleven esa misma disciplina cuando sean adultos. Eso pasó conmigo. Mi mami siempre fue ama y señora de su casa, nos llevaba y nos traía de la escuela, y recuerdo que la rutina de mi hermana y mía en la primaria era llegar, cambiarnos de ropa (un short y una playera aguada + huaraches o tenis de telita), lavarnos las manos, ella nos volvía a peinar y ¡óooorale!, a comer.

Acabando, luego, luego a lavarse las manos otra vez y nada de estarnos arreando: ya sabíamos que había que hacer tarea (lo confieso: yo más floja que mi hermana, me daba impaciencia hasta sacar el cuaderno, aunque eso sí: no se me olvidaba pedirle la cartulina al salir de la escuela, ¡ja!). Después, al terminar, ahora sí, hagan lo que se les pegue su regalada gana: salir a andar en bici con los vecinos, jugar con la pelota o montar la casita de las muñecas (¡aaahhh qué tiempos aquellos!) y al caer la tarde, van para adentro a bañarse, ponerse la pijama, merendar un panecito y leche, y ya a la cama.

Ella me enseñó esa rutina y era lógico que la aplicara con mis hijos, pero creo que exageré (de ahí mi mote hitleriano): Gore y Dany se levantan a las 6:45 AM (“Todavía está oscuro, mami”), mi hija se cambia solita y debe doblar su pijama y ponerla en su lugar, acomodar sus chanclas y sentarse a tomar su leche con chocolate, al terminar llevar el vaso al fregadero y echarle agüita, lavarse los dientes, limpiarse la cara y servir el agua que se va a llevar. Yo me encargo mientras de cambiar a Dany (amén de que me levanto dos horas y media antes para poner la comida que se llevan, la mía y arreglarme yo) y debemos salir 7:35 en punto.

 

Lucha mamá e hijo

Por las tardes llegan de la escuela y es cuando se destrampan con la abuela: hacen su regadero de cojines en la sala, comen mientras ven la tele, se dan vuelo en el patio y son libres del ojo materno. Ya que llego, es entrar al redil porque es hora de hacer tarea, bañarse, tomar su leche y a la cama cuando el reloj marca las 8:30 PM, ni un minuto más ni uno menos. Me descontrola si se pasan porque ya no duermen sus casi once horas, ellos saben que no se pueden desvelar entre semana porque es día de escuela, pero se los compenso con otra rutina muy bien pensada: los viernes y sábados tienen chance de acostarse hasta las 11:30 PM, les compro comida “chatarra”, pueden ver una y otra vez Paw Patrol o Gravity Falls (eso sí, después de bañarse) y saben que cuando mamá dice “ya es hora”, así esté su película o programa a la mitad, se van a acostar y cumplen a rajatabla los horarios que implementé en mi “dictadura mami-castrense”.

¡Ah!, y los sábados se cuecen aparte, hasta yo me caigo mal de que vivo en función de su alimentación cada dos horas (otra vez el horario que debe cumplirse) e incluso a Gore se le hace raro cuando su snack del mediodía son unas palomitas o unas papas y no su habitual fruta. Sólo ese pequeño cambio ya me estresa. Pues nada, que a mis críos les tocó una mamá obsesivo-compulsiva. Pobres.  

#HistoriasDeUnaMamáReal

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Aclaracion:

El contenido mostrado es responsabilidad del autor y refleja su punto de vista, mas no la ideología de Melodijolola.com

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